martes, 1 de junio de 2010

Tarde tan blanca sentada sobre tus rodillas.
Me encanta sentirte lejos ahora y contengo la respiración para olvidarme de tu nombre mientras aguante.
Quizas te ame tan sólo por ser hombre.
No me nombres. Puedo escucharte. Por favor no me nombres. No me hagas llorar. Por que cada lágrima mía te ha de respetar.

La curva de mi comisura responde al estimulo bajo la seda blanca y mi párpado caído a un secreto que jamás puedo decir.
Porque fueron niños quienes me tomaron por sorpresa bajo el encantamiento del primer engaño.
Desde entonces le temo a las salamandras cuando estan apagadas. Fue debajo donde lo estropearon.
Las texturas chirriantes que me adornan pican al mirarlas tanto como lo sentí.




































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